Leo Harlem, psicología de bar

Publicado el por NAVARRA CAPITAL (autor)

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“Todo el mundo tenía que estar un año de cara al público para que viera lo que es, ganaríamos mucho en respeto y educación”

Mientras nos presentamos a Leonardo González Feliz, más conocido como Leo Harlem, le ponemos al corriente de que en estas Entrevistas de Trabajo nunca han aparecido personas del mundo del espectáculo, y que sus protagonistas suelen ser mujeres y hombres relacionados con la economía y los negocios, nos soluciona rápidamente el problema. “Hombre, esto es muy importante, porque cuando vas con tu espectáculo a un teatro y llenas ganas tu dinero, pero el propietario del negocio también, las cafeterías de alrededor del local lo notan, ocupas habitaciones de hotel durante varias noches porque vas con un técnico de luces, el de sonido, más gente, el representante, el que controla la producción… Todos los negocios, hasta los más pequeños, mueven cosas asociadas”.

Pues nada, adelante con la charla. Tenemos que decir, en primer lugar, que Leo Harlem resulta un tanto apabullante. Su tono de voz es poderoso y habla con gran rapidez, enlazando ideas y reflexiones que expresa con aplomo. No cabe duda de que con semejantes cualidades estaba llamado a triunfar como monologuista.

Antes de ser monologuista trabajó 12 años de panadero y otros 12 de camarero.

Le pedimos que se dé a conocer y nos dice que nació en Matarrosa del Sil, un pueblo minúsculo de la cuenca minera del Bierzo, en León, del que salió con 7 años con su familia “porque allí la mina y poco más, había que buscarse las habichuelas” para ir a Valladolid, donde se crió y vivió hasta los 40, cuando se trasladó a Madrid y donde ya lleva 12 años. “Mi infancia fue como la de todos, estudiar, jugar y obedecer en casa en lo que se podía, y si no capón”, un recuerdo que teatraliza abriendo los brazos e inclinando la cabeza en un gesto que podría ser de resignación.

“Empecé a estudiar Arquitectura, lo dejé por el Derecho, y dejé los dos. Tuve mala suerte, porque el año que me matriculé en Arquitectura hubo en Valladolid una huelga salvaje que empezó en octubre y acabó en marzo. Y no es que quiera justificar con eso mi bajo rendimiento académico”. Ya con 16 años empezó a trabajar de panadero durante los veranos, “y cuando estaba estudiando Arquitectura, como aquello tenía mala traza, me pasé a la panadería mientras lo intentaba con el Derecho. Total que estuve 12 años haciendo pan, desde los 16 hasta los 28”.


EL BAR, UNA ESCUELA TERRIBLEMENTE DURA

Los 12 años siguientes los pasó tras la barra de un bar, y entonces, inesperadamente surgió la oportunidad de dedicarse al mundo del espectáculo. El bar era el Harlem, de ahí su apellido artístico, y cuando cerraba, antes de ir a su casa entraba en otro donde programaban espectáculos para tomarse “la última copichuela”. Fue su dueño el que le convenció para que actuara porque le parecía muy gracioso, “y así, haciendo gracias, hasta hoy”.

Tiene buen recuerdo de su etapa de camarero, pero eso no impide que la considere una profesión terriblemente dura. Pero estando de cara al público se aprende mucho, desarrollas sicología, detectas al que viene con buena intención, al que no quiere pagar, el que quiere chulear, y eso te vale para el resto de la vida. Todo el mundo tenía que estar un año de cara al público para que viera lo que es, en vez de la mili y esas cosas que se hacían antes, por sorteo: a  ti te ha tocado una zapatería y a ti una churrería en Cádiz, ganaríamos mucho en respeto y en educación”.

“En el humor hay muchas cosas tristes, de las que te ríes porque si no llorarías. El humor, la pena, la risa y el llanto están muy cerca

Una vez que se lanza es difícil frenarle, la sensación es que estamos en uno de sus monólogos. Le indicamos que su paso por la hostelería también le servirá de inspiración e inmediatamente arranca de nuevo: “Claro, claro. Todo lo que escribo y hablo está inspirado en la gente, es que he aprendido mucho en el bar, pero mucho, mucho… Es un trabajo muy duro pero muy recomendable. Hombre, tiene una edad, porque yo ahora me vería incapaz porque las noches son terroríficas, los horarios son criminales… sales a las 5 de la mañana… Pero sí, para mis monólogos es un caldo de cultivo, lo que hablaba con los clientes, lo que decían entre ellos, lo que pasaba allá”. Aprovechamos una breve pausa para preguntarle si esos monólogos en los que habla en primera persona son autobiográficos y sin perder un segundo responde que “en parte, porque luego hay que exagerar las cosas para que tengan más comicidad. Pero en el fondo, si lo piensas, en el humor hay muchas cosas tristes, de las que te ríes porque si no llorarías, el humor, la pena, la risa y el llanto están muy cerca”.

Pasamos a hablar de la imperante corrección política y de cómo afecta a los cómicos. “Es un drama”, comenta Leo Harlem bajando por primera vez su tronante tono de voz. “Yo hago un tipo de humor con el que procuro no ofender, mi intención no es molestar, es hacer reír. Que hay gente tiquismiquis, de acuerdo, que hay humoristas que se pasan, también, pero es verdad que es una supervisión constante. Y las redes sociales están haciendo un daño irreparable a la sociedad, ¡irreparable! Se dicen cosas desde el anonimato que… es muy fácil atacar y mentir desde un escondite”.


EL PESO DE LA FAMA

Su paso por ‘La hora de José Mota’, donde protagonizaba unos monólogos cortos, le dieron acceso al ‘Club del chiste’ y de ahí paso a ‘Sé lo que hicisteis’ en La Sexta y después al ‘Club de la comedia’. Sus vídeos son seguidos por millones de personas en You Tube, y todo eso le ha hecho famoso. ¿Cómo lo lleva? “Es que yo ya tengo una edad y me miran con un cierto respeto, no te entran como a un adolescente. Conmigo el 99% de la gente es muy amable, hombre, siempre te encuentras con alguien raro, especialmente por la noche y cuando se atocinan. Lo llevo bien, pero hay compañeros que se quedan en casa porque si salen les ametrallan, eso no puede ser”.

Confiesa que dice que no cuando le piden que actúe para un partido político o para un club de fútbol, “es que como la gente confunde la realidad con la ficción te expones a que te machaquen los del otro partido o del otro equipo, yo afortunadamente tengo trabajo y puedo decir que no a esas propuestas”. Aprovechándonos de su sinceridad nos interesamos por los entresijos del mundo del espectáculo. De cara al exterior todo es brillante y glamouroso, pero como en todas las profesiones habrá envidias, celos, rencores… y nos sale por la tangente: “Supongo que habrá bastante de todo eso, pero yo afortunadamente vivo al margen porque mi espectáculo sólo lo hago yo, o a veces hago teatro con compañeros con los que me llevo bien y no hay ningún problema. Pero no es oro todo lo que reluce, tienes razón, eso pasaba también en el bar y ocurre en una cadena de trabajo. Admito que soy muy afortunado, me van las cosas bien y no tengo ningún problema”.

“Te matas a currar para llegar a un nivel de ingresos y te encuentras unos impuestos que no te compensa, ¡es que prefiero ganar la mitad y quedarme en casa!”

Volvemos al principio, a la economía. En este caso a los impuestos, que tantas amarguras producen a los artistas. ¡Ay ese IVA del 21%! “Te matas a currar para llegar a un nivel de ingresos y te encuentras unos impuestos que no te compensa, ¡es que prefiero ganar la mitad y quedarme en casa! En este tipo de industria generamos un volumen de negocio… interesante, y eso que es un tinglado pequeño en comparación con otros países”. Leo bromea y dice que los humoristas debían ser considerados un bien social: “Al terminar un espectáculo vienen a darte las gracias, porque durante un rato se han olvidado de la crisis y sus tristezas, de sus problemas. Al margen de que esta época sea más dura, el humor es necesario siempre, lo que ocurre es que está minusvalorado, no goza de prestigio porque parece que basta con hacer el tonto, mientras que quien hace algo serio parece que es más profundo. No es subirse a un escenario y a improvisar, no, hay un guión muy pensado que vas perfeccionando en contacto con el público, no es lo mismo actuar en Pamplona, Sevilla, Cadaqués o Coruña, hay que darle un barniz”. Y ahí es donde aplica la sicología del bar: “¡Exactamente!”.

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