TRIBUNA POSITIVA, RAMÓN GAZTELU: El territorio Amable

Publicado el por TXABI ANUZITA (autor)

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Hay líneas sutiles que unen o separan a las personas. Cada quién decide donde marca las suyas a quién se abraza y de quién huye. Éste que estas líneas escribe tira la división entre aquellas personas que miran abiertas al mundo, a la sociedad, al prójimo de manera franca y generosa, y que hacen lo posible por mejorar lo que se encuentran, con las que me alineo inmediatamente; y aquellas que no dejan de mirarse y hablar de ellas, blandiendo un desprecio manifiesto por lo que les rodea, a las que prefiero dejarlas ensimismadas.

Enmarcado en esa sutileza solidaria y empática, y armado con una enorme sonrisa, me encontré una tarde de mayo a Ramón a las puertas de un taller de crecimiento personal.  Me acogió con su mirada, me estrujó en un apretón de manos y me llevó en volandas a su territorio, a su rincón, donde la vida es más fácil y la escucha gana sentido; donde juegan las miradas y se genera cierta magia. Me cautivó la naturalidad con que se abalanzaba sobre mi persona y me llevaba a su terreno; no es que me invadiese, no; más bien, me acogía en su territorio amable y protector y me dejaba ser esa persona que llevamos dentro, demasiadas veces coaccionada y a la defensiva.

Intensa, viva, sincera y breve fue nuestra relación; siempre dentro del grupo de formación de Dale Carnegie, en donde creó una atmósfera única e irrepetible, donde cada quién pudo desarrollar, abierta y cómodamente, aquello que, llevándolo dentro, no sabía que lo poseyese; donde fuimos capaces de  comunicarnos desde nuestras propias entrañas, aportando lo mejor de uno. Era una atalaya desde la que podíamos ver  a través de la mirada de Ramón ese mundo solidario que se nos abría desmesurado y limpio. Ramón, presente e imponente, desaparecía cuando era necesario y reaparecía en ese instante de no se sabe bien donde para llenar de sentido su presencia con su inseparable sonrisa y bonhomía. Fueron reuniones semanales en las que fue “increscendo” la empatía, la humanidad,  la armonía en el grupo, dentro todo de la sutil línea del territorio protegido de Ramón. El cinco de julio fue la despedida del grupo, una cena entrañable que será la última por irrepetible e inolvidable. 

Dos meses después de esa cálida tarde de mayo, se nos fue. Dejó un fino y apreciable vínculo entre todas aquellas personas que tuvimos la dicha de compartir en su territorio amable; y una orfandad irremplazable en sus amistades y familiares. Porque hay personas que nos hacen mejores, personas que en ese abrazo franco y acogedor nos llevan a su terreno y nos cobijan del egoísmo y la indiferencia. Personas que cuando se van dejan ese aroma cierto que nos indica el sentido real  de la vida; en la que lo realmente importante es cómo hacemos las cosas y con quién las hacemos.